Mensaje a las Fiestas de Las Norias

By Admin on 30/07/2011

Cuando llegan estas fechas, cuando se acercan las fiestas de Las Norias, cada año, invariablemente, acuden a mi mente recuerdos y escenas que evoco con añoranza; siendo para mí una necesidad espiritual el manifestarme de algún modo; por eso de una forma espontánea y sincera escribo este mensaje, que si bien, no encontraréis en él ni belleza poética ni calidad literaria, en cambio sí hallaréis una considerable dosis de amor, de cariño y gratitud; aunque esta misión  resulte a su vez difícil y fácil. Difícil porque es muy complicado hablar cuando la emoción se enreda en la lengua y las palabras se quedan prisioneras en la garganta y es misión fácil cuando la imaginación es potenciada con la fuerza del alma a impulsos del corazón.


Las próximas palabras que de mí salgan son de agradecimiento para ti, Dios Padre, que creaste esta “Sierra de Enmedio”, desnuda,  pero perfumada con aromas de tomillo; seña de identidad y máxima geográfica que define y da configuración del paisaje general del lugar.


Gracias también Dios Creador, por haber hecho realidad esta rambla: gris de arena y morena de soles; cordón umbilical que une en conexión directa con el mar Mediterráneo; vía de efluvios marineros y brisa de sales. Canal natural regulador de la especial climatología del entrono.


Gracias Todopoderoso por haber permitido la existencia y continuidad de este diminuto, poro entrañable lugar en la piel de toro de España llamado Las Norias.


Tierra árida de nítidas noches estrelladas, de rondas amorosas bajo la luz de la luna y de amaneceres claros, regados de rocío, de atardeceres dorados de dilatados crepúsculos que se pierden en el horizonte lejano y limpio.


Tierra seca que da naturaleza y personalidad a hombres sólidos y generosos de piel curtida y manos encallecidas de tanto ordeñar la dura ubre de la vida y a mujeres recias y abnegadas, portadoras de especial carisma de la que de una de ellas (Bárbara) yo desciendo. La que supo inspirarme un fuerte amor y extraordinario cariño a Las Norias, que prevalecerá en mi para siempre. ¡Gracias  madre!


Mujeres y hombres hospitalarios, que por su bondad y amistad jamás podré olvidar.


“Aljibe  vieja”, testigo mudo del paso del tiempo, sólida y arrogante, desafiando los infinitos avatares que en distintas épocas has tenido que afrontar, convirtiéndote en referencia histórica del lugar como bastión inexpugnable. ¡Cuánta sed has satisfecho a antiguos andantes del  camino viejo desde tu remota existencia!


Almendros en flor, chumberas, fragantes tomillos, olivos milenarios, higueras frondosas de delicado y exquisito fruto. Hoz, era y trillo; sudor de sacrificio que amasa el pan honradamente ganado. Pozo y caldero de agua fresca, de hechos y situaciones del pasado que el viento se llevó para siempre, pero dejando cicatrices profundas e indelebles de imposible olvido.


Dura tierra fertilizada y amparada por la tutela de la Patrona, Virgen del Rosario; cuyas fiestas ahora se conmemoran:


Que estos días sean motivo de alegría y regocijo: unos días de “vino y rosas” , donde la cordialidad sea vínculo de unión entre todos, y que este mensaje sea una saeta de amor que se clave en el viento o un clarín que haga vibrar en dulce armonía a gentes tan ávidas de buena voluntad.


Si bien, el enfoque de esta exposición es de claro optimismo, se ensombrece cuando pienso en aquellas cosas que desaparecieron, pero que dejaron una profunda cicatriz en lo más sustancial y definitorio de nuestro querido pueblo:


La desaparición del ferrocarril fue un acontecimiento nefasto que nunca tenía que haber ocurrido, pues su presencia fue de extraordinaria importancia, tanto en lo social como en lo económico y ambiental ya que eran muchas las personas que hacían uso de la estación bien como viajeros o  clientes de facturación y recepción de la más diversas mercancías, cuya actividad creaba un ambiente de singular movimiento.


Su papel fue tan preponderante que en la vida cotidiana de la aldea se medía el tiempo por el paso de los trenes, no como reloj de precisión, pero sí como concepto del tiempo generalizado.

“¿Es la hora del correo? “ “¿Ha pasado ya el automotor?” “Cuando pase el frutero dejáis la faena…”


Sólo queda el sólido  puente de hierro que permanece como símbolo de alianza y de unión entre hombres, culturas y nobles voluntades.


El lavador: pieza valiosísima del patrimonio local; enclave emblemático e histórico de gran valor sentimental, material y representativo; pues ha sido la única fuente de vida y el que ha ofrecido, generosamente, su escasa pero vital agua a través de los siglos, cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos y que hoy también se desvanece en las tinieblas del olvido. Su total desaparición parece inmediata. ¿No sería posible su recuperación?


Desde aquí te tributo mi personal homenaje de desagravio y reconocimiento.


Escuelas, también desaparecidas. Resultado inapelable de acaeceres absurdos, incoherentes y desidiosos…


Cenizas del ayer. Ausencias del mañana… ¡Qué pena!


Pero ahuyentemos tristes y vanos pensamientos y vámonos a la fiesta que es lo que hoy realmente nos ocupa.


En la tradición se encuentra la verdadera identidad de un pueblo. Un pueblo sin tradición es un ente sin luz propia; a la deriva:


Procesión, campanas al vuelo, cohetes surcando el espacio para explotar allá en el cielo; “carretillas sueltas” que siembran el lúdico desconcierto, olor a pólvora, música de bombo y platillos “chambis” con sabor a canela, parranda típica, como viva danza del genuino folclore autóctono; guitarra y castañuelas, farolillos multicolores, quinqués de luz clara; mozos volatineros que se lucen, gallardamente, en la vistosa corrida de cintas, las cuales han sido bordadas, previamente, con hebras de seda y oro, por manos femeninas y cuya consecución son verdaderos y auténticos trofeos.


Gira la ruleta. ¡Siempre toca! ¡Un pito, una pelota! ¡Una sortija de latón!; ¡Qué gozo, qué ilusión!


Explosión de alegría. Fiesta en el ambiente, verbena en los corazones, calor humano, sonrisas de seda…


Noche de vísperas. Noche de embrujo, que pone como colofón y broche de oro bonitos fuegos artificiales de luz, sonido, color y fantasía. Viejas tradiciones que han llegado a nuestros días cargados de emotividad y vigencia. Ojalá se sigan celebrando año tras año durante tiempo indefinido.


No quisiera terminar sin hacer referencia a una sensación que percibo cada vez que llego a mi tierra: de un modo misterioso, me siento arrullado por una mano invisible que sutilmente me acaricia desde el aire, desde la atmósfera, llenándome de una paz y felicidad íntima, que meciéndome me transporta a regiones de dicha y plenitud.


¿Realidad? ¿Sugestión?...


Por último pido perdón por haber acometido esta empresa, sólo con las armas de corazón, olvidándome de recursos literarios y de juegos lingüísticos, que hubieran sido más efectistas y brillantes, pero sin duda también más vacíos de contenido afectivo.


Pero de lo que no me cabe duda es que no escatimo esfuerzo ni desaprovecho ocasión para alabar y dar gloria a la tierra que me vio nacer como justamente se merece.


¡Adiós! Me voy. Pero quiero dejar tras de mí una  densa y extensa estela de afecto y cariño.


Reiterando mis deseos de felicidad, levanto mi simbólica copa de vino español, para brindar con todos vosotros; y alzando, también mi voz, casi en un grito, para romper el entusiasmo contenido y decir con fuerza:


¡¡VIVA LA VIRGEN DEL ROSARIO!!


                                                                                           José Ruiz Carrasco

Agosto MMXI


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